Tropezarse con un misterio de Dios, después de haber buscado arduamente la verdad no es tropezarse con un límite, ni haber llegado a una hostil frontera o con un letrero que dice: "alto". Los misterios de Dios son realmente duros sí, pero blanditos, muy blandos. Blandas vitrinas o cintas de seguridad, pero la mayoría de las veces, blandos muros donde podemos dejar descansar el corazón y la búsqueda de la razón. Es admitir que hay cosas hermosas que contemplar sin tocar, como las más bellas obras de arte en un museo, solo necesitan ser admiradas y llevadas al corazón por aquello que pueda formular nuestra conciencia y no nuestros sentidos físicos, y todo esto lo permite Dios para bien de nuestra alma.
Hace algún tiempo llegué a un punto de mi vida en el cual puse en tela de duda lo que fue sembrado en mi corazón desde pequeña, en cuánto a temas de fe empecé a perder el brillo de creer y se empañaron los muros misteriosos, que por supuesto son transparentes porque detrás solo hay verdad. Fueron momentos difíciles e importantes en los que creer dejaba de ser un sentimiento para comenzar a ser una decisión. Entonces por ejemplo, decidí creer que Cristo caminó sobre las aguas y no en un dique, que el está presente en un trocito de pan y no es solo un símbolo, que el es el camino, verdad y Vida y no hay relativismo alguno que pueda arrasar con esta realidad, entre otras cosas que había cuestionado de mi fe.
Cada cristiano tiene estas etapas, porque ya creer en un Dios que en teoría no vemos, es un temazo, pero hemos experimentado su amor y la libertad que nos da en Jesucristo, siempre que nuestros cuestionamientos sean respaldados por el humilde deseo de buscar la Verdad, Dios nos acompañará en este proceso de búsqueda. Dudar a veces nos hace más fuertes ayudándonos así a desarrollar una fe más madura, pero si debo mencionar que existen tendencias dentro de la Iglesia que no son constructivas, oh no, son más bien "tóxicas" porque no buscan la verdad desde un deseo sano del corazón, sino desde la rebeldía malsana que nace de las heridas y frustraciones, hasta yo me he sentido tentada desde esa trinchera, pero debemos atender y asumir con responsabilidad nuestros sentimientos y con ayuda de la gracia redirigirlos siempre hacia la persona de Cristo.
Comprendí que mi paz es buscar a Dios, sus cosas, su palabra, poder celebrar, hacer fraternidad, sentirme parte de su maltratado pero hermoso cuerpo místico: la iglesia. Sigo leyendo, estudiando, formándome, me sigo atreviendo a cuestionar para aprender, pero envuelta en el amor y la paz, y descansado en ese blando y dulce muro de los misterios de Dios, ahí, donde se cansa mi razón, mi inteligencia, mis ganas, me recuesto y descansa mi fe.